domingo, 6 de marzo de 2011

AVERNO Capítulo 2


Capitulo 2
Ahora Rién caminaba por el desierto, se le había ocurrido ir al poblado enano, visitar a Tar, el sabría qué hacer. Caminó durante días por el desierto de Qloseh sus fuerzas amainaron, no había que comer y si se quedaba quieto el sol lo asaría.
Tres días tardó en cruzar el gran desierto. Encontró un poblado a pocas millas de este donde pudo robar algo de comida, no recordaba muy bien por donde se iba al poblado enano, pero no podía preguntar, se veía a simple vista que era un desertor del ejército, y al igual que su cabeza tenia precio, también la de todos lo que trataran con él; y no quería causar más problemas a personas inocentes.
Intentó recordar entonces por donde había ido al poblado enano el día de la batalla. Recordó que el ejército de Rouko había cogido el camino sur desde la ciudadela, el mismo camino que cogió Rién cuando desertó; solo que él había ido por un desvió al este. Volvió el guerrero sobre sus pasos y se volvió a introducir en el sendero Sur. Al anochecer llegó a las montañas que formaban la cordillera Carnero, allí estaban todos los poblados de clanes enanos, el primero que había… el poblado de Tar; al que Rién llegaría entrada ya la noche.
Apenas un kilómetro separaba al guerrero de su objetivo, los fuegos del poblado podían verse muy de cerca. Pero entonces los centinelas enanos aparecieron de entre los arbustos rodeando a Rién, apuntándole con sus lanzas y pidiéndole identificación.
-         Vengo de Qloseh, vuestro líder, Tar, me liberó el día  que ibais a matarme por criminal, soy un desertor del ejército del malvado Rouko. Fue Tar quien me abrió los ojos.
-         Te recordamos humano, fuiste el primero que no pagó por sus crímenes. Si nuestro líder te libró de la muerte eres digno de poder entrar en nuestro poblado.
Dicho esto los enanos centinelas escoltaron a Rién hacia el poblado.
En el poblado el guerrero se encontró can las típicas casas enanas, estas eran de tres tipos: o bien eran grutas escavadas en la piedra, o cuevas que ya estaban allí y solamente fueron habitadas, o bien eran pequeñas casas de adobe con tejado de pizarra. En el centro del poblado se extendía un fuego que crepitaba sin cesar día y noche. Al lado del fuego se alzaba un trono, un trono desde el que Tar miraba la actividad de su poblado, el trono tenía otros dos asientos, uno al cada lado, en el de la derecha se sentaba el hechicero enano, en el de la izquierda, la mujer de Tar.
Fue un espectáculo para los enanos ver aparecer al guerrero, sabían perfectamente quien era, ya que en el poblado todos conocían lo que le pasaba a cada habitante de este y el rey hacia publicas todas las noticias que impregnaban al poblado. Algunos miraban al humano con terror, otros tornaban los ojos, ya que no se fiaban del guerrero.
Por fin llegó Rién al trono del jefe, y este le miro a la cara, en su rostro se podían identificar los años de experiencia de esta longeva raza.
-         Has vuelto… lo suponía. –comentó el jefe sin inmutar su rostro.-
-         Recuperé la cordura, y hay que estar loco para seguir al lado de Rouko. No pude soportarlo y desobedecí a un superior… fui expulsado inmediatamente.
-         Y… ¿a qué vienes a este poblado? ¿sabes lo que le pasa a todos los que ayudan a un desertor?
-         Si… lo se señor… pero no tengo donde ir, no sé qué hacer, no sé qué comer.
-         Te comprendo joven… la hora de la cena ya pasó en el poblado, pero puedo conseguirte algo de sustento. Pero no puedes quedarte aquí mucho tiempo… o Rouko volverá. Y creo que tengo una forma de ayudarte. Te marcharás con Karni, es un joven de la aldea que no se ha portado demasiado bien… es un criminal y va a ser expulsado de la aldea mañana mismo, ha sido un proceso de larga meditación porque Karni… es nuestro mejor y más fuerte guerrero.
Rién se preguntó por qué le contaba todo lo de Karni, no sabía qué hacer, el jefe le había dado respuestas a sus problemas demasiado rápido. Vaciló un memento y aceptó la oferta total… no tenía nada que perder.
Ofrecieron un poco de pan y un gran pedazo de carne al guerrero, y este aceptó sin rechistar, el viaje había sido duro y su hambre era atroz. Justo al terminar de cenar un enano se quedó mirando a Rién, y sin ningún disimulo se acercó al guerrero.
-         El jefe me ha dicho que te de cobijo esta noche, mi nombre es Tumus, el solitario. No me queda más remedio que aceptar así que no quiero que digas ni una palabra durante toda la noche. Ahora… sígueme.
La dureza de las palabras del enano sorprendió a Rién, el cual aceptó sin rechistar las condiciones de Tumus. Seguidamente se levantó y siguió al enano hasta su casa.
Para entrar en casa de Tumus Rién tuvo que agachar medio cuerpo, y descubrió que no podría estar erguido porque su cabeza rozaba el punto más alto de la casa de adobe. El enano señaló un pequeño montón de paja, Rién dedujo que ese sería su lecho aquella noche. El enano se fue a dormir y Rién le imitó.