¿Qué desea mi reina?
- Escúchame porque será la última vez que lo repita, no quiero que me llames reina. Llámame Helena.
- De acuerdo mi reina… Helena.
La joven Helena, reina de Duriel, esbelta mujer de largos cabellos del color del fuego y ojos del color del océano en calma. Llegó joven al poder, nunca quiso su poder, siempre se entrenó para ser hechicera y ayudar al ejército en la batalla, pero la prematura muerte de su padre hizo que sus sueños nunca se cumplieran. Pretendida fue por todos los nobles y príncipes del lugar, y a todos les puso una prueba… hacerla feliz. Ninguno lo consiguió.
- Tú –dijo la reina a uno de sus lacayos- llama a Silema.
Silema, larga melena de color negro, y ojos verdes cuan bosque en primavera. La mejor amiga de la reina. Desde la infancia iban a la mismas cosas juntas tenían novios juntas, rompían sus relaciones juntas. Es por eso que el reinado de Helena no dejó atrás la relación, y la reina nombro a Silema su consejera.
Silema entró entonces por la puerta.
- ¿Qué quieres Helena?
- Vamos a la bañera, estoy aburrida.
La relación de las dos mujeres iba más allá, era común que tuvieran relaciones entre ellas, sus baños conjuntos siempre acababan siendo un clímax al que cualquiera de los lacayos y lacayas de la reina podían unirse. Las dos mujeres se excitaban con los hombres, las dos preferían hombres; pero el protocolo prohibía a la reina mantener relaciones con todo aquel hombre que no fuera de la realeza, lo mismo le pasaba a Silema, que al aceptar el puesto de consejera, tuvo que renunciar a las relaciones con hombres, a no ser que la reina se lo pidiera.
Por eso la bañera, ese espacio personal, era el único lugar donde todo estaba permitido. Nadie podía entrar en el baño de la reina, solo los que ella hubiera ordenado entrar, todos los sirvientes sabían lo que se hacía en la bañera, pero como era común que la reina les ordenara unirse y no podían demostrar lo que pasaba, decidieron no decir nada al comité de sabios y seguir con sus culturales actividades a la hora del baño. El comité de sabios era un grupo de siete ancianos que juzgaban y aconsejaban a la reina, eran los únicos capaces de hacer perder el puesto a la reina. Ese día entraron a la bañera Helena Silema y un sirviente bien dotado.
Tardaron en salir, la reina llevaba un vestido de fina seda, y al no haberse secado la proporcionalidad de su cuerpo quedo pegada a la tela. Fue entonces cuando uno de los siete sabios se acercó a la reina.
- Mi reina, dos ladrones han sido atrapados en el mercado central, debería sentenciarles. Pero antes vístase.
- ¿Qué problema hay con mi ropa anciano?
- Eres lujuriosa Helena, y eso te va a traer mal. No puedes presentarte ante esos ladrones con esa ropa, tu feminidad está expuesta a todos los ojos.
- Anciano… cállese, esta vida no es mi vida, si tengo que reinar será al límite de las reglas.
- Mi reina, se está equivocando, su padre estaría muy disgustado.
- Mi padre está muerto y olvidado, excepto por ustedes. Ahora la criminalidad es menor que con mi padre.
- Eso es, mi señora, porque ahora no hay guerras, y también porque bajó sus impuestos.
- Los impuestos que cobramos son los que tenemos que cobrar, ni más ni menos. Mi padre solo pensaba en el dinero y eso le llevó a subir los impuestos a números impagables.
- Señora, ese dinero es necesario. Y si entramos en guerra.
- Si entramos en guerra la ganaremos.
- Pero señora…
- Silencio amigo, los ladrones me están esperando.
La reina fue a sus aposentos y se puso la corona de plata y brillantes en la cabeza, pero no cambió su atuendo. La vida de reina era muy estricta y había despertado en ella un aire exhibicionista y desvergonzado. El placer era lo único que la separaba del suicidio del aburrimiento del reinado.
Fue la reina a la sala del trono y se sentó en él.
- Que entren los criminales. –sentenció Helena-
Por la puerta entraron dos personas, un joven con la cabeza gacha y un hombre de unos treinta y cinco años. Este último miró a la reina y no dejó de hacerlo en ningún momento, se le veía excitado. Entonces un sirviente empezó a decir en voz alta los crímenes de los que se le acusaban.
- Marcel, veinte años, se le acusa de robo de comida. Borta, treinta y siete años, se le acusa de matar a su mujer, robar comida, vender la comida robada y gastarse el dinero en la casa de menesteres.
- Bien… gracias Seiol –dijo la reina al sirviente, y continuo un sus palabras con un gesto que quería decir “puedes retirarte”-
- Marcel… -continuó la reina- ¿porque lo hiciste?
- Señora… no tengo que comer, de joven no quise ir a la escuela y ahora todos los trabajos que las personas como yo podemos hacer están ocupados.
- Te voy a sentenciar joven –dijo helena con gesto desafiante- te sentencio a ser alumno de los siete sabios.
El condenado miró con extrañeza a la reina, lo que le había dicho no era un castigo, era un gran premio. El joven pronto fue retirado a la sala de los siete sabios.
- Borta ¿Por qué lo hiciste?
- ¿quiere saber mi señora porque lo hice?
- Sí.
- Lo hice porque… lo hice porque…
De repente el cuerpo de Borta se cubrió de humo y sonó una ligera explosión. En décimas de segundo los guardias llenaron la sala. Cuando el humo se dispersó había una figura sujetando a la reina. El criminal ahora era más alto, mas delgado, su vello facial había desaparecido y su piel era ahora más blanca que la nieve de las cumbres. Su vestimenta era negra, una ligera armadura cubría todo su cuerpo, pero no ocultaba su delgadez, sus dientes estaban afilados y la comisura de sus labios estaba bañada por la sangre de las continuas heridas que se provocaba con los dientes. Ese criminal era conocido por todos, era uno de los más poderosos magos del mundo “el Ilusionista”. Su pálida cara siempre mostraba una tétrica sonrisa.
- Ilusionista, suelta a la reina –dijo, armado con su espada, el capitán de los guardias.
- La soltaré si me concedéis lo que pido.
- ¿Qué quieres villano?
- Acceso a la zona de magia de la biblioteca de los siete sabios y quedarme con el poder mágico de la reina. Dime Helena –dijo el villano, mirando con sus negros ojos a la bella reina- ¿me concedes tus poderes?
La reina era, junto al Ilusionista, la persona con más poder mágico del lugar, por eso el villano oscuro quería sus poderes. Los ojos de Helena estaban cerrados, el Ilusionista no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. La reina lanzó un poderoso haz de luz azul de sus ojos, lo que causo quemaduras y ceguera al ilusionista, que antes de que fuera atacado por los guardias lanzó un hechizo que le hizo desaparecer del palacio y volver a su guarida.
El capitán se acercó a la reina.
- Señora ¿está bien?
- Si capitán, estoy bien. Creo que voy a retirarme a mis aposentos por hoy. Díganle a Silema que vaya cuando quiera.
- De acuerdo mi señora.
Y la reina se retiró a sus aposentos.
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